BRUCE DICKINSON. “Rod Smallwood se me acercó y me mostró sus intenciones”.

El festival estaba ahogándose  en rumores esa noche. No había barro, todo estaba seco, y el alcohol y la química estaba haciendo un buen trabajo. En medio de un claro, rodeado de carpas para descansar y para tomar cerveza, había un poste grande con luces brillantes blancas en su parte más alta. Estaba en una esquina tomándome una cerveza cuando Rod Smallwood (Manager de Iron Maiden) se me acercó, diciendo: “Vamos a un lugar tranquilo donde podamos hablar”. Salimos y nos pusimos de pie; todo el mundo nos podía ver bajo el poste de la zona de backstage. Tenía claro que estaba maquinando algo.

Lejos de miradas indiscretas, me mostró sus intenciones. “Te ofrezco la oportunidad de hacer una prueba para entrar en Iron Maiden”, me dijo. “¿Estás interesado?”. El tema había estado rondando durante un tiempo, así que decidí ir al grano y le dije lo que pensaba: “Lo primero, sabes que obtendré el puesto; sino, no preguntarías. En segundo lugar, ¿qué va a pasar con Paul, el actual cantante? ¿Sabe que se marcha? Tercero, cuando consiga el trabajo, que lo conseguiré, ¿estáis preparados para un estilo y opiniones completamente diferentes? Puedo ser un dolor en el culo, pero lo digo con buena intención. Si no lo quieres, dímelo ya y me iré”.

El discurso era una combinación de elementos insignificantes, injusticias, de ser un dejado, desafío ingenuo y conjeturas. Si Iron Maiden quería jugar con el martillo de los dioses, que así sea. Si no, que dieran un paseo y cogieran a alguien más aburrido. Como dice el dicho, tenemos que ser cuidadosos con lo que deseamos porque podríamos llegarlo a tener”.

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